jueves, 11 de agosto de 2011

¿Dónde estará el “Betancourt siglo 21”?


Se habla de paraísos Fiscales, Turísticos, del Conocimiento…. Pero también se habla de paraísos de la Sumisión, del Atraso o de la Involución.
¿Será la Venezuela de hoy un “Paraíso Delincuencial”?
¿Constituirá un delito mayor, a la luz del siglo 21, la simple aspiración a gobernar eternamente?
¿Será viable esta simple aspiración sin la consolidación de “mafias” de todo tipo y a todo nivel de la sociedad?
La Venezuela de hoy claramente es un “Paraíso Delincuencial”, y Caracas es la capital de una “guerra social urbana” mundial.
Sin temor a una simplificación extrema, podemos decir que el rápido proceso del éxodo del campo a la ciudad, es decir, del paso de la Venezuela Rural de Juan Vicente Gómez a la Venezuela Urbana del Pacto de Punto, no fue acompañada con el debido nivel de desarrollo de ciudades humanas con servicios modernos, trayendo como consecuencia que ese gran movimiento de gente terminara “hacinada” en los grandes barrios del País. Estamos hablando de que más del 65% de la población nacional está en esos sectores.

El Betancourt y su brillante generación le hablaron a un país básicamente rural. Construyeron un gran pacto político, y superaron coyunturas muy difíciles en las décadas que van de los  años treinta a la de los sesenta.
El “Socialmilitarismo”,  representado en el Pacto Militar del Samán de Güere, le habló y le habla al país de los grandes barrios, al de la economía informal, y a lo que queda del mundo rural venezolano. Allí basaron sus promesas “justicieras” y su programa “todos para abajo”, y por ello es, que esos grandes barrios y el campo están mucho peor hoy, y caminan poco a poco hacia la desesperanza. La razón es sencilla: el Pacto Militar del Samán de Güere no es un pacto de modernidad, no es un programa estratégico tipo “todos para arriba”, sino un pacto de atraso, de involución, de dependencia. Es un Pacto que intenta consolidar un solo Partido Dominante que controle los poderes  públicos y el aparato de la propaganda.
Entonces, ¿Necesitaremos de un “valeroso” mensajero civil, que sea el vocero del desafío abierto de la sociedad (representada por los sectores medios y populares)  a las mafias nacionales e internacionales que conducen los destinos del país? ¿Necesitaremos que ese “mensajero” sea además un “promotor” de nuevas relaciones, que a través de nuevos paradigmas lleven al país a un contexto nacional-internacional, que se traduzca en un período de estabilidad geopolítica, gobernabilidad interna, y progreso de la nación?
Hace unos años me surgió la pregunta con un nombre más contemporáneo. Es decir, la pregunta era: ¿Dónde está el Uribe venezolano? Y la conexión con Uribe venía por el sencillo, aterrizado y poderoso  slogan de campaña que lanzó el expresidente colombiano a ese país sumido en guerras y pobreza: “Mano Dura, Corazón Grande”.
El Sr. Uribe planteó en 4 palabras dos caras de su visión del primer cambio necesario para enrutar a Colombia por otra senda. “Mano Dura” contra la delincuencia y los grupos armados, esos que el tiempo terminaría bautizándolos como ‘narcoterrorismo’ y ‘autodefensas’;  y, “Corazón grande” para aquellos que decidieran dejar ese mundo del delito para insertarse en la sociedad. Uribe tenía claro que sin ganar esas guerras no hay espacio para un programa tipo “todos para arriba”. El tiempo dirá cuánto de este gran slogan se cumplió, y también nos hablará sobre la diferencia en la política exterior (por tanto en la interior) de Uribe y su sucesor, el Sr. Santos, diferencias sobre las que Alberto Franceschi adelanta opiniones en su artículo “La Cabronería Oligarca”, y que por razón de la vecindad, pueden influir positiva o negativamente aquí.
Cuando reflexionaba sobre el tema del “Uribe venezolano”, recordé el gran libro de Manuel Caballero, “Rómulo Betancout, político de nación” (2004).
Necesitamos gente valiente que le hable claro al verdadero país, a ése que está sumergido en una “guerra social” (150.000 homicidios en 12 años); a ése que está metido en un laberinto de relaciones internacionales que comprometen su estabilidad futura (Cuba-I?an); a ése que está siendo aprovechado por las mafias petroleras (gasolina); a ése cuyo rostro humano en la economía está representado por la informalidad (más del 60% de la población activa está o desempleada o subempleada); a ése cuya cúpula militar  participa abiertamente en la destrucción de las empresas  a través de confiscaciones; a ese país cuya infraestructura pública se está cayendo en pedacitos.
Necesitamos gente que entienda a ese país pero a que su vez interprete como se mueve la política en este mundo mucho más “complejo y poblado” que el de hace 50 años.
Betancourt tuvo la capacidad y perseverancia para crear un Pacto Civil cuyos actores serían básicamente dos partidos. Tuvo la honestidad de no caer en la tentación de ser el primer “caudillo civil” (gobernó un solo período). Tuvo la capacidad de mantener a raya a los militares conspiradores. Entendió la América de la época (el rol de Estados Unidos y la amenaza de Cuba como agente de la Unión Soviética). Tuvo la visión de crear una unión de países petroleros, de instaurar el voto universal y secreto de todos los venezolanos, y de sentar las bases del crecimiento de la infraestructura de la nación.
Pero ese Betancourt nunca planteó un discurso “comeflor”. Sabía que estaban en una guerra contra el militarismo venezolano y los intentos de insurrección promovidos desde la geopolítica de confrontación de bloques. También comprendió que nuestro cáncer estaba representado en la “corrupción y la viveza”, y en personajes de su propio partido, como Carlos Andrés Pérez.
El “Betancourt siglo 21” seguramente será un trabuco intergeneracional y con equilibrio de actores  tradicionales y emergentes de la gran crisis originada en el éxodo caótico del campo a la ciudad. Será como una gran orquesta moderna que deberá interpretar adecuadamente como “canalizar” las capacidades de los sectores “social y empresarial”,  y como consolidar un gobierno transparente, con habilidades de gobierno electrónico, y con la voluntad política de erradicar el populismo.  Deberá hablarle claro a ese país social que cometió grandes errores, y que van desde la misma gente que construyó los grandes barrios sin el mínimo nivel de asociatividad para hacerlos vivibles, pasando por esa clase media poco comprometida con los problemas sociales, hasta llegar al entramado empresarial (capital), que salvo excepciones, siempre ha vivido de la relación con el Petro Estado.
El “Betancourt siglo 21” tendrá que “repolarizar inteligentemente” al país. Deberá evidenciar que los 3 gobiernos delPacto Militar del Samán de Güere nunca quisieron  transformar los barrios, desarrollar la Seguridad Social, edificar una educación y salud de primera, derrotar la inflación, erradicar la impunidad que tanta sangre nos ha costado…
Tendrá que ser un trabuco inspirador de un cambio “cultural” que permita superar 35 años de populismo continuado, y 13 años de promoción abierta de “resentimiento, odios y subordinación a los militares”.
El “Betancourt siglo 21” deberá sintetizar en una frase corta varias cosas fundamentales, como por ejemplo:
  • ganaremos la guerra a las delincuencias nacionales e internacionales que están aquí;
  • reubicaremos al país en el mundo, en el marco de la “interdependencia” ;
  • juntos organizaremos la transformación de los grandes barrios y del campo;
  • y los niños, enfermos y ancianos serán tratados con los mejores servicios sociales del mundo, para llevar a los primeros a la igualdad de oportunidades, y para acompañar a los segundos y terceros en su atribulado caminar.
Y esto solo será posible, si la inspiración es tan fuerte, que hombres y mujeres, trabajadores y empresarios, universidades y colegios, comunidades organizadas y sus cooperativas se convierten, aquí y ahora, en poderosas fuerzas vivas de la transformación nacional.
Y esto solo será posible si el liderazgo está en capacidad de entender las nuevas claves de la organización social, económica y política para la Transformación.

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